De una destruida y musgosa chimenea de color plateado, saliendo de ella vapor, humo que transporta humildemente el aroma del alimento, y para sorpresa del Bucéfalo, junto a él esencia humana.
Al entrar a la única habitación detrás de la hoguera escondiéndose del extraño ser, una niña, de piel color blanco eclipsado, cabellos negros que levitaban sobre sus hombros, ojos llenos de inocencia, los cuales fueron motivo suficiente para no desmembrar al Unicornio y atacar al ángel, designio que después no le hizo cambiar de opinión. La niña se colocó a un costado de su unicornio, esta infantil criatura no entendía el pánico reinante pero tampoco pudo ignorar la herida causante de tal visita; salió y al termino eterno de unos minutos puso en la olla unas hierbas destilando inmundos y amargos olores, ante el rostro menguante de la niña el Bucéfalo se acercó temeroso de su propio destino y de la mirada del Unicornio una expresión de advertencia que se ponía en una posición de ataque ante cualquier inoportuno.
Al levantar su pierna delantera se la frotó con una delicadeza de algodón, aún asustándose por los bramidos inconsolables de la bestia, la niña no retrocedió ni un paso atrás, al quedar manchado por los frutos de la Madre Tierra se dispuso a darles la espalda, sin embargo como supuestamente era un invitado en su mundo la niña ni se inmuto a pesar de la protesta silenciosa del unicornio, lo hizo para así obstaculizarle el trabajo a la muerte y a su hostil comportamiento, le salvó momentáneamente la vida a él y por eso él le retendría su muerte hasta el siguiente amanecer.
En una quimera de pensamientos, primera vez que reposaba en paz hasta el... en conjunto de una patada y un bramido susurrado, el unicornio le indicó la salida, había logrado comprender la actitud del Bucéfalo y se disculpó con una sonrisa hipócrita de despedida.
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